COLEGIO CUNDINAMARCA IED
Desarrollo Humano, un Proyecto de Vida
EDUCACIÓN MEDIA FORTALECIDA
Énfasis en humanidades
LA GEOPOLÍTICA
Es, por decirlo
de alguna manera, una ciencia —o una seudociencia, para algunos—
intermedia entre la política y la geografía, que estudia la influencia
que la ubicación geográfica y el entorno físico ejercen sobre la organización y
comportamiento de los Estados y sobre las relaciones de poder entre ellos.
Se ocupa de
describir y explicar la organización política, económica y militar que adoptan
las sociedades asentadas en las diferentes zonas del planeta, dado que el
espacio físico no es respecto de ellas un elemento neutro.
Al estudiar las
relaciones entre la geografía y la vida política de los pueblos, ella establece
el influjo que el entorno medioambiental tiene sobre el desarrollo de la
sociedad. Esa influencia es doble: de un lado, los factores del escenario
geográfico condicionan de muchas maneras la convivencia social y, de otro, la
lucha política por el espacio físico ha movilizado históricamente a los entes
políticos y ha marcado rumbos a la historia.
El sacerdote
jesuita y profesor estadounidense Edmundo Walsh (1885-1956) dijo que la geopolítica es “una
ciencia que pone los datos de la geografía al servicio del arte de gobernar”.
La palabra geopolítica está
asociada al nombre del geógrafo alemán Karl Haushofer (1869-1946), quien
sostuvo que, dado que los entes políticos están en permanente lucha por su
espacio físico, la localización geográfica de un Estado determina su
comportamiento político y su relación internacional. Las guerras no tienen otra
explicación, de acuerdo con esta tesis. Fue precisamente Haushofer quien acuñó
el término alemán lebensraum, que significa espacio vital, y que
fue la invocación de Hitler para justificar su expansionismo territorial.
A pesar de que
la palabra geopolítica envuelve los conceptos “tierra” y “política”,
poco tiene que ver con la geografía política.
El emplazamiento
de los entes políticos en el planeta —estratégico en algunos casos,
mediatizado en otros— no solamente contribuye a formar sus aptitudes
internas de desarrollo sino a definir sus potencialidades internacionales, su
influencia política externa, su inserción en los bloques regionales, sus
posibilidades de comercio exterior, la amplitud de sus comunicaciones con el
mundo y sus alianzas militares y compromisos bélicos. Algunos analistas de la
geopolítica piensan, por ejemplo, con relación a la realidad europea de la
primera mitad del siglo XX, que los Estados continentales, en razón de sus
fronteras terrestres y, por tanto, de su mayor exposición al peligro de
invasiones externas, crearon enormes ejércitos permanentes y establecieron en
algunos casos regímenes centralizados y autoritarios que facilitaran su rápida
movilización. El Estado insular, en cambio, pudo asegurar su defensa con
menores dificultades y abrió con mayor facilidad su régimen político hacia la
libertad y las autonomías locales.
La geopolítica,
a la que muchos niegan su calidad de ciencia, se desarrolló bajo los efectos
desprestigiantes del pensamiento de los teóricos y políticos del nazismo
—el general y geógrafo Haushofer, entre otros— que se valieron de
ella para justificar su acción expansionista. Por eso Isaac Stone llegó a
afirmar que la geopolítica “es una contribución de los nazis a la terminología
política y militar”.
La concepción
geopolítica del >nazismo fue una mezcla seudocientífica de
antropología, política y racismo destinada a cohonestar la conquista del espacio
vital —el lebensraum, que decía Hitler— para el Tercer
Reich, bajo la hegemonía de una raza excelsa llamada a gobernar el
planeta.
Lo importante,
al margen de las aberraciones hitlerianas, es descubrir los efectos
condicionantes que los factores geográficos tienen sobre la política de los
Estados. Hay, sin duda, un influjo telúrico que facilita, dificulta o impide,
según los casos, el desarrollo de los pueblos y que moldea su carácter. Muchos
pensadores de la Antigüedad, de la Edad Media, de la Era Moderna y de los
tiempos actuales se han preocupado de desentrañar las relaciones de los seres
humanos —y, por ende, de las sociedades— con el medio telúrico en
que desenvuelven su vida. Hipócrates, Platón, Aristóteles,Tucídides, Herodoto,
Polibio, Eratóstenes, Varrón, Vitruvio, Cicerón, Séneca atisbaron la cuestión.
Más tarde Maquiavelo, Bodín, Vico, Du Fresnay, Turgot, Cuvier, Herder y
Montesquieu, aunque desde diferentes ángulos ideológicos, hicieron importantes
aproximaciones al tema. Posteriormente geógrafos, etnógrafos, antropólogos,
sociólogos y otros científicos se ocuparon de las relaciones entre el medio
geográfico y la sociedad que en él se sustenta. Fueron Lamarck, Ritter,
Humboldt, Burkle, Le Play, Mackinder, Kirchoff, Ratzel, Kjellén y muchos otros
quienes pusieron en evidencia la influencia del telurismo.
El sociólogo
alemán Friedrich Ratzel (1844-1904) fue el autor de la conocida fórmula de
que el hombre es un pedazo de la tierra, que ratificó el biólogo francés
Alexis Carrel (1873-1944) con su afirmación de que somos un producto
exacto del limo terrestre.
Algunos
pensadores —que pertenecen a la escuela geográfica dentro de la
sociología— creen que se da incluso una suerte de determinismo entre
el espacio físico y la sociedad. Las condiciones del entorno, en opinión de
ellos, determinan la manera de ser de los entes políticos y su
organización. El carácter de las sociedades políticas, el progreso o decadencia
de los países, las ideas y creencias religiosas de los pueblos, las formas de
la familia, la fertilidad de la población, el grado de inteligencia de sus
habitantes y todos los demás fenómenos sociales son atribuidos a influencias
geográficas y telúricas.
Más razonable,
sin embargo, parece el criterio de que hay posibilitación y no determinismo en
las relaciones entre la geografía y la sociedad. El territorio y los demás
elementos del entorno físico —el tamaño y fecundidad del suelo, el clima, la
altitud, los cambios estacionales, la presión atmosférica, la temperatura—
ofrecen al grupo social un cúmulo dado de posibilidades para el desarrollo. Las
extensas áreas costaneras, por ejemplo, hacen posible la actividad marítima de
sus habitantes y abre las comunicaciones hacia el exterior, mientras que las
zonas mediterráneas aíslan a los pueblos y fomentan su nacionalismo huraño.
En todo caso, el
espacio físico no es un elemento inerte ni neutro sino que condiciona
activamente la vida de los pueblos, así en lo interior como en lo exterior. Es
factor del desarrollo. Posibilita o dificulta, en diversos grados, el progreso
de los países. Explica las fuerzas centrífugas de los Estados, su influencia
exterior, la formación de áreas centrales de poder y de expansión política y
económica, las relaciones de dominación y dependencia y la consolidación de
núcleos de decisión regional o mundial.
Todo esto es
materia de estudio de la geopolítica.
En el campo de
la geopolítica y de la geoestrategia globales, es decir, del manejo estratégico
de los intereses geopolíticos de los Estados en escala mundial, el profesor
norteamericano de origen polaco Zbigniew Brzezinski, junto con los profesores
Samuel P. Huntington, Jan Tinbergen, C. A. Zebot, E. Goodman, Pitirim Sorokin,
Raymond Aron y otros, formuló a fines de los años 50 y durante la década de los
60 la >teoría de la convergencia, que sostenía que no obstante las
grandes diferencias políticas y económicas y la animosidad entre Estados Unidos
y la Unión Soviética durante la segunda postguerra, su desarrollo científico,
tecnológico e industrial les conduciría hacia una creciente aproximación en sus
sistemas de gobierno y de organización social, en el marco de una
“desideologización” y despolitización —entendidas no en el sentido de la
muerte de las ideologías sino de la superación de los dogmatismos— que
privilegiarían las cuestiones económicas y productivas sobre las
ideológico-políticas.
El vaticinio de
Brzezinski se cumplió a cabalidad. La comunidad de intereses científicos,
tecnológicos e industriales de las dos superpotencias impidió el choque
nuclear, no obstante todos los amagos y amenazas que se dieron durante los 44
años de la confrontación. Y a finales de la década de los 90 se produjo lo
impensable: colapsó la Unión Soviética, se disolvió su bloque geopolítico, cayó
el >muro de Berlín y concluyó la >guerra fría. El viejo orden
político y económico internacional de carácter bipolar fue sustituido por uno
nuevo, de naturaleza unipolar, dominado por la potencia triunfadora de la guerra
fría, y empezó un proceso de aproximación ideológica y política entre los
países situados antes en los bandos beligerantes.
Zbigniew
Brzezinski —inspirador de la creación de la <Comisión Trilateraly
asesor del presidente Jimmy Carter— sostiene en su libro “El Gran
Tablero Mundial” (1998) que el futuro geopolítico del planeta depende
fundamentalmente del control que Estados Unidos —al que Brzezinski
califica de “la primera potencia realmente global” de la historia—
puedan ejercer sobre Eurasia, que es el continente que, en su
opinión, “ha sido centro del poder mundial desde hace quinientos años”.
Afirma que en la
>postguerra fría el “tablero” donde se juegan los destinos del planeta
ha vuelto a ser Eurasia, en cuya periferia occidental —Europa—
está localizada gran parte del poder político y económico mundial y cuya
región oriental —Asia— se ha convertido en un centro de crecimiento
económico vital, acompañado de una creciente influencia política.
En los términos
planteados por Brzezinski, Eurasia es el continente territorialmente
más extenso —que va desde Lisboa, al oeste, hasta Vladivostok, al este—,
en el que están situados los Estados más activos y dinámicos del mundo,
las seis economías más importantes —excepto la norteamericana, obviamente—, los
seis países que gastan más en armamentos después de Estados Unidos, todas las
potencias nucleares excepto una y los dos países más poblados del planeta. Por
eso, el gran objetivo geoestratégico de la Unión Soviética en el curso de
la guerra fría fue expulsar a Estados Unidos de su influencia
en Eurasia. Dice Brzezinski que la suma del poder económico
euroasiático supera al estadounidense, pero “afortunadamente para los
Estados Unidos, Eurasia es demasiado grande como para ser una unidad política”.
Afirma
Brzezinski en su libro que “por primera vez en la historia una potencia no
euroasiática ha surgido no sólo como el árbitro clave de las relaciones de
poder euroasiáticas sino también como la suprema potencia mundial”.
Sin embargo,
reconoce que la dominación norteamericana, limitada por factores internos
externos, es extensa pero poco profunda, lo cual le lleva a tener “influencia”
pero no “control directo” sobre otros Estados. Lo cual hace que el alcance de
la hegemonía norteamericana sobre Eurasia sea limitado. Esta es, en
criterio de Brzezinski, una diferencia sustancial con la dominación de otros
imperios en la historia, entre ellas, la “dominación política exclusiva
que la Unión Soviética ejercía en Europa Oriental”. Eurasia es un
continente demasiado grande y poblado, demasiado diverso en lo cultural, en
cuyo seno operan Estados históricamente ambiciosos, como para comportarse
sumisamente incluso frente a la potencia global más fuerte y próspera de
nuestros días. Brzezinski piensa, además, que “los Estados Unidos son
demasiado democráticos a nivel interno como para ser autocráticos en el
exterior”. Lo cual limita, en su opinión, el uso de su poder en el mundo.
Por eso mismo
—infiere el estratego norteamericano— no es deseable un rápido fin
de la supremacía de Estados Unidos —ya porque decida aislarse del mundo,
ya porque surja un rival triunfante— puesto que “produciría una
situación de inestabilidad internacional generalizada y llevaría a la anarquía
global”, en medio de la explosión demográfica, las migraciones masivas
causadas por la pobreza, el crecimiento aluvional de los centros urbanos, la
proliferación de las armas de destrucción masiva, las hostilidades étnicas y
religiosas, el terrorismo global con acceso a armas nucleares y otros
turbulentos factores de desorden internacional que quedarían fuera de todo
control.
No ve a China
como potencia global que amenace en el futuro la hegemonía de Estados Unidos.
Afirma que, “incluso para el 2020, es bastante improbable, ni en las
circunstancias más favorables, que China pueda llegar a ser verdaderamente
competitiva en las dimensiones clave del poder global”, debido a su
fragmentación interna y a la pobreza de amplias zonas de su población. “Incluso
con un PNB triplicado —dice el profesor norteamericano— la
población china seguirá ocupando los puestos más bajos en la clasificación de
los ingresos per cápita de los países del mundo”. Crecerán las
disparidades regionales y el sistema productivo y laboral profundizará las
desigualdades sociales, con el riesgo de una explosión de descontento popular
por la injusta distribución del ingreso. Lo que China podrá ser es una potencia
regional en Asia oriental “porque su poder militar y económico supera en
mucho al de sus vecinos más cercanos, con excepción de la India”.
El sinólogo
español Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China, en
un artículo publicado el 1 de mayo del 2009 en Dossier sobre la Crisis
Global Nº 13 del Instituto Prisma, escribió que las “sombras”
del proceso chino de transición de una economía centralmente planificada a otra
de mercado —de economía mixta, en realidad— se manifiestan en los
desequilibrios territoriales y en las desigualdades sociales. Sostuvo que “en
2007, de un total de 177 países, China se encontraba en la posición 81 en el
Índice de Desarrollo Humano del PNUD. Las desigualdades, por otra parte,
constituyen una auténtica bomba de relojería. En 2007, el PIB per cápita de
Shanghai era 13 veces mayor que el de la provincia de Guizhou, por ejemplo, que
ya era diez veces mayor en 2005. El coeficiente Gini de China se sitúa en el
0,48, un límite de riesgo que advierte de las profundas tensiones que habitan
en su interior, ocultas en ese magma de prosperidad que nos ciega en el
exterior. Por otra parte, entre el campo y la ciudad, las cifras oficiales
constatan una diferencia de renta en 2007 de 4.140 yuanes frente a 13.786,
datos que explican y justifican el malestar por el desigual reparto de la
prosperidad generada en las tres últimas décadas y que ha disuelto de un
plumazo el igualitarismo reinante en el periodo inmediatamente anterior”.
A fines del 2012
se publicaron las cifras del estudio realizado por el Instituto de Investigación
Financiera del Banco Popular de China —el banco central de ese país—,
conjuntamente con la Universidad de Economía y Finanzas del Suroeste, que
demostraban que la brecha entre ricos y pobres había crecido de manera
alarmante en todas las regiones y provincias de China.
La escala de
Gini —que mide la desigualdad de ingresos entre los miembros de una
sociedad— marcaba el coeficiente de 0,61, que era de los más negativos
del planeta.
La situación
distributiva del ingreso se deterioró dramáticamente en los últimos años. En el
2005 China tenía el índice Gini 0,447, según el Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUDD), pero en el 2012 el índice se descompuso
aún más y subió a 0,61. Lo dramático fue que esos bajísimos índices de equidad
económicosocial en China se combinaron con altas tasas de crecimiento del PIB, lo
cual significaba que los beneficios del desarrollo fueron a parar a las arcas
de los sectores más opulentos de la población. “La brecha es amplia en
todas las regiones, tanto en las zonas rurales como en las urbanas”, comentó
al respecto el profesor Gan Li, investigador jefe de la universidad coautora
del estudio, en el periódico oficial “Shanghai Daily”.
Información Bibliográfica:
Lectura tomada de:
http://www.enciclopediadelapolitica.org/Default.aspx?i=&por=g&idind=715&termino=